Las cosas cambian; la gente, obviamente crece, por lo tanto cambia; las maneras de pensar ,a causa de eso, cambian.
Las monedas cambian; la plata, esa que va y viene, siempre cambia; la tecnología, que avanza continuamente, inevitablemente cambia.
Las generaciones cambian; la familia cambia; los amigos, aunque no se quiera creer, cambian.
Los momentos dificiles, mutan a peores y mejores, ellos imparablemente cambian; las alegrías, como ellos, también cambian.
Los años cambian; los invernos cambian; las aguas de la vida inevitablemente cambian...
Pero hay algo que nunca cambia y nunca lo hará, a menos que la paremos ya. Ella es la injusticia, presente desde que el mundo es mundo, desde que los humanos viven en sociedad y aprendieron a dominarse unos a los otros.
Pasan guerras mundiales; pasan peleas que, justamente y a dios gracias, no pasan a mayores; pasan los asesinatos de inocentes, los cuales algunos justifican ilógicamente que fue por un pedazo de pan para comer; pasa la vida y la injusticia está aca, como en el principio, como ayer, como todos saben que estará mañana.
No importa cuando, ni donde, ni quien se acordo de ella, lo que importa es pasó lo evitable, y siempre alguien perdió, justamente para que, impunemente, el otro se beneficie a sí mismo.
No es justo, que la justicia no este presente cuando mas se la necesita, no es justo que la injusticia siempre tome su lugar cuando por temor nadie se atreve a hablar, y que por temor todos se atreven a callar.
Pero mucho mas injusto es que nadie se haga cargo de hacerla actuar, porque la justicia acà no es un superhèroe, ni tampoco una utopía, acá es aquello abstracto, que no funciona sola, a menos que alguien le de voz y ojos para que vea y realize lo necesario para llegar a la igualdad de todos.
Sin armas, gritos, ni peleas, la justicia puede hacerse cargo de resolver cualquier problema, sobre todo el de aquellos que esten dispuestos a hacer que se solucionen.
Las monedas cambian; la plata, esa que va y viene, siempre cambia; la tecnología, que avanza continuamente, inevitablemente cambia.
Las generaciones cambian; la familia cambia; los amigos, aunque no se quiera creer, cambian.
Los momentos dificiles, mutan a peores y mejores, ellos imparablemente cambian; las alegrías, como ellos, también cambian.
Los años cambian; los invernos cambian; las aguas de la vida inevitablemente cambian...
Pero hay algo que nunca cambia y nunca lo hará, a menos que la paremos ya. Ella es la injusticia, presente desde que el mundo es mundo, desde que los humanos viven en sociedad y aprendieron a dominarse unos a los otros.
Pasan guerras mundiales; pasan peleas que, justamente y a dios gracias, no pasan a mayores; pasan los asesinatos de inocentes, los cuales algunos justifican ilógicamente que fue por un pedazo de pan para comer; pasa la vida y la injusticia está aca, como en el principio, como ayer, como todos saben que estará mañana.
No importa cuando, ni donde, ni quien se acordo de ella, lo que importa es pasó lo evitable, y siempre alguien perdió, justamente para que, impunemente, el otro se beneficie a sí mismo.
No es justo, que la justicia no este presente cuando mas se la necesita, no es justo que la injusticia siempre tome su lugar cuando por temor nadie se atreve a hablar, y que por temor todos se atreven a callar.
Pero mucho mas injusto es que nadie se haga cargo de hacerla actuar, porque la justicia acà no es un superhèroe, ni tampoco una utopía, acá es aquello abstracto, que no funciona sola, a menos que alguien le de voz y ojos para que vea y realize lo necesario para llegar a la igualdad de todos.
Sin armas, gritos, ni peleas, la justicia puede hacerse cargo de resolver cualquier problema, sobre todo el de aquellos que esten dispuestos a hacer que se solucionen.
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