No suelo echarle la culpa a los meses, solo marcan tiempos, pero este último no fue mi mejor período del año. Se nota en mis escritos, o en sus ausencias. Mi cuaderno, estuvo sudando frases contradictorias, llenas de idas y vueltas, con desequilibrios y descompensaciones que hasta casi me llevan al médico.
Tal vez agosto fue revelador para lo que estoy acostumbrada a soportar, bastante crudo por cierto porque las cosas parecieron venir sin anestesia: uno no siempre ve lo que le gustaría, y se convierte en algo doloroso cuando tiene que abrir los ojos por motivos obvios.
Empiezo a preguntarme como logré sobrevivir a ciegas, ¿cómo he soportado todo este tiempo de pie?
Ya no importa.
El hecho concreto es que camino al colectivo me atacó una sensación que no podía catalogar, pero era tan fuerte que tampoco pude dejar pasar. Lo que me atormentaba estaba claro, solo faltaba analizarlo, entenderlo.
La gran diferencia entre sentir enojo y decepción es que después de la última nada vuelve a ser lo mismo.
Es decisiva, tajante y cruel. Se sabe que nunca jamás vuelve la percepción que se tenía.
Sigo teniendo esta mezcla de las dos- es desesperante: juntas se potencian.
Ya se fue agosto y se lo llevó casi todo, aquello que al menos creía tener, ya no se cuanta verdad conserva la expresión "lo que tenía" y prefiero manipularla con guantes puestos. Lo que sí dejó en el aire fueron estas dos cosuchas que desearía efectivamente eilminar, pero por ahora no puedo.
Ahora septiembre dice que me lo devuelve de a cuotas, se quiere hacer el amigo.
No confío. En nadie, ya no puedo, ya no debo otra vez sentirme así.
Bienvenido igual, mes de las flores... ¿que otra cosa puedo hacer sino recibirte?
De todos modos quedé con nada.
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