Tenía un cuchillo en mi cuello, ¿entendés? nunca me cortaba, pero si sentía el metal bailando en mi piel, desafiándola, casi que tomando el tiempo en que empezaría a sangrar, apostando, jugando con mi vida.
¿Cuán cruel es eso? ¿Y cuánto más es sentir placer al estar siendo atacada, consciente, y con los ojos bien abiertos?
¿Cuán molesto es tener siempre alguien detrás tuyo caminando sobre tus pasos, tanto que si quiere puede alcanzarte y con un zarpazo tumbarte en el piso boca abajo, y dejarte desprotegida en cuestión de segundos? Es horrible saber que el cuerpo no pondría resistencia alguna incluso ante tal acto de violencia.
¿Cuán impotente se siente el alma al sentirte respirar detrás de mi oreja? No puede reprimir las lágrimas que se escapan al saber que vendrías por mí de frente si sólo lo quisieras... aunque son tus actos tan suaves, son tus manos tan cálidas que no podría emitir queja a pesar de que a hurtadillas vengas, porque solo bastaría que me tomes de la cintura y pronuncies esas dulces palabras que tan bien sabes decir casi de memoria; y lo harías de nuevo, se que lo harías sin remordimiento, y yo sonreiría ¿cómo no hacerlo? si estás matándome de la manera más delicada, si el cuchillo sabe a algodón cuando tu lo cargas y no me deja sentir el dolor del final.
Bien sabes que la piel es débil, el alma, el cuerpo- y yo también.
2 comentarios:
Triste verdad
Qué bello. No puedo evitar pensar en las veces en las que viví lo mismo, cuánto dolor, pero a la vez cuánto placer.
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