Considero que la especialidad de un algo se forma con la exageración infinita de una cualidad particular, y la cualidad misma (que por sí sola, ya es exquisita). Poco lo que es en sí, porque poco es para un humano regular... mucho de lo nuestro. Muchísimo. Casi exclusivo.
Entonces para atacar a eso que, de vez en cuando, molesta... no queda más que apuntar al centro.
El centro está acá.
Domingo, Lunes, Martes...
Eso que aparece en cada vuelta de la esquina, en cada situación, en cada personaje; eso que aparece de la nada, hasta dejarte en pleno desconcierto; ese ruido, ese destello... Unas cien veces más, y habrás de volverte loca; loca, florence.
Al centro.
La especialidad hace que ese aroma te persiga hasta el cansancio, y ahí ya nos encontraremos con que estaría actuando gran parte misma de la imaginación y poco del objeto en sí. El objeto nunca está... bastaba solo una vez... Entonces ahí la exageración hace su participación estelar. Abrumador ¿verdad?
¡Pero qué deleite provoca!. No es aquello lo que perturba, sino nuestra idea, nuestro recuerdo, hasta nuestra imaginación lúcida -la que grita barbaridades. La cosa sigue siendo la cosa, resguardada en su plena inocencia e inconsciente de lo que provoca.
Apuesto que los demás no se dan cuenta. ¿cómo podrían?
No solo es imperceptible, sino que ellos lo llaman -y lo digo con toda la pena que puede reunir mi alma- insignificante. ¿Cómo es posible? No lo imagino. Inadmisible, en mi espíritu es inadmisible.
Algo que nunca pasaría desapercibido ante mis ojos, ante mis razonamientos.
Tratar de derribar al impuro deseo.
Tarea compleja, pero no imposible. Tarea penosa, diría... algo tan revelador depositado en el fondo del tacho de basura.
Desperdicio.
(..y la culpa la tiene Nabokov)
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