Cada vez que la imaginaba, la imaginaba sentada. Sentada con su habilidad de pasar horas en silencio, y su habilidad de reir por nada y de llorar por todo.
Todos llevamos todo a todos lados.
Así estaba cuando la encontró en la puerta de su casa.
-No podés acelerar el ritmo del trabajo. Golpea siempre el mismo martillo, como gira siempre contenta la aguja del reloj, dando paso por paso para empezar otra vez...
-Sí, pero yo no estoy contenta.
Ahora que ya lo había admitido ¿qué más había que esperar?
No era una aguja, tampoco iba a empezar otra vez. Dejó la frase en el aire, zumbando en la noche.
Y mientras... pensaba que su barrio era mucho más lindo. "Debe ser por los árboles".
¿y qué importaban los malditos árboles ahora, a esta hora, y en este momento? Seguro importaba porque nunca los volvería a ver, al menos no desde ese modo (ni detrás de sus cristales mojados).
Cabe la duda de que no importasen porque, entre ellos dos, ya no había algo que realmente valga la pena prestarle importancia. ¿cuándo lo hubo?
Como el "ya te podés ir yendo" sonaba muy violento, o tal vez porque sus lágrimas aún no se terminaban de secar, optó por intentar darle un abrazo de cortesía.
Buena movida, campeón.
Ella ya está en la esquina.
-Es tarde...
La excusa fue tomada por los dos como un hecho irrefutable. Siempre fue tarde.
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