No importa cuando, la mañana nos sorprenderá dormidos cada vez que intentemos esperarla.
Nunca habrá tiempo para decirnos adiós, porque cada minuto que pasa es una despedida nueva, y no podemos estar todo el tiempo...
Estar casi disculpándonos por desdibujar nuestra silueta. Aún así, vivimos el tiempo como si hay repuesto de cada cosa en la siguiente vuelta de reloj.
Aún así... encuentro sus ojos cerrados,
mis párpados cayendo sobre los míos sin poderlos detener -aunque trate- abandonándome en un nuevo viaje solitario,
nuestros tobillos enroscados,
el inhale y exhale natural del propio cuerpo cuando reposa en el sueño diario,
el viento entrando apretado por ese delgado espacio que convida la ventana mal cerrada, y nuestros cuerpos destapados sufriendo y gozando del contradictorio frío otoñal que azota y obliga a apretarnos un poco más.
Todo lo que nos quedan son instantes confusos de cosas que van pasando, una tras otra, siendo reemplazados por otros de más o menor importancia, uno tras otro.
Lo bueno es que no hay adiós tampoco para los olvidos.