viernes, 23 de agosto de 2013

Esa clase de verdad.

Algunas verdades producen dolor, sumo dolor, cuando no quieren ser oídas, y ese dolor queda encapsulado solo a causa del orgullo, dejándose ver solo entre pequeños gestos.
La picazón es sólo un efecto secundario retardado, probablemente también los chillidos de queja, los llamados inmediatos a sus colegas, y en esta nueva era lo es el descargo en las redes sociales en forma de canciones y frases escritas en imágenes con pajaritos y bosques oscuros, las cuales ya vimos mil veces.
"Toy mal ):".

Porque algún día llega, entre esa cadena casi eterna de palabras pronunciadas al hilo sin parar, ni para tomar un breve airecito, que viajan velozmente y sin cuidado de un humano a otro, de chica a chica, de amigo a amigo, de ex-amante a amante (¡claro! porque ya está determinado el meollo de la cuestión: ella es el problema). Va por ahí, disimulada, entre sanguchito de conversación circunstancial y otra del mismo estilo, entre un bostezo y una risita nerviosa... la frase más hincha pelotas jamás pronunciada te llega, pero más te acaricia, te envuelve por detrás, te ata, te inmoviliza, te toca fuerte, te tortura.
Por último, y al fin, te queda.

Descubrís que no sos un ser impoluto, poseedor de la verdad y la mentira, conocedor audaz de la palabra en todo su sentido, empleador catedrático de la oración en su esplendor. Adivinás que más allá de todo juicio parcial que puedas hacer sobre tus propias palabras, jamás te planteaste el más atroz, aquel que nadie quiere oir, pero que es más acertado.

"Mirá nena... sos muy linda, pero decís muchas boludeces."