sábado, 19 de enero de 2013

Espejo

Mirándose al espejo una de las tantas mañanas que formaban parte de su vida, al fin se dio cuenta de que había pasado muchísimo tiempo. Contó con los dedos los meses. Sí, bastante.
Si bien para el mundo son migajas, era un gran avance para ella que creía que los días jamás avanzarían: solo aparentaban estar en un loop eterno en el que el peor de ellos (reinando el vacío de sentimientos) la sacudía de la cama una hora antes para recordarle que estaba presente.

Su pelo había crecido, eso es un signo.
Mientras tanto que seguía en el espejo se preguntó que había cambiado en todo este tiempo, además de su apariencia.
Había supuesto, como las horas se multiplicaban hacia lo eterno que a las de veinticuatro por día, que para estos tiempos ya habría pasado todo. Que misteriosamente el fantástico y mágico reloj que todos cuelgan en sus casas, con las vueltas de sus agujas, acabaría por desintegrar cada sentimiento debilitando los recuerdos que los producían.
No parecía funcionar más que para sus ojeras y su sueño puramente depresivo.

Descubrió así, mirándose, que la aparente infección que tanto la mantenía ocupada al fin había sanado. Aún con otra prueba irrefutable de que las noches si habían sido atravesadas, creía que todo estaba igual por dentro.
Que su respiración entrecortada la seguía sorprendiendo.
Que su llanto nervioso la atrapaba en los peores momentos.
Que sus celos le mordían los pies por debajo de la mesa.
Que se le aceleraba el corazón cuando intentaba voltearse hacia delante.

Y todo eso tuvo que verlo mirándose al espejo, llegando tarde a todos lados.



lunes, 14 de enero de 2013

Mil formas de romperse el corazón

Esperar.
Esperar un rato largo.
Sonreír. Ser optimista, decir que está bien, mirar ese lado que se asoma solo por querer esperar, más que esperar en sí, lo bueno.
Sentir que se acerca. Sentir que no queres una recompensa.
Esperar un poco más, siendo paciente.
Conformarse con poco, y no esperar casi nada a cambio.
Soñar despierta. Imaginar, por un segundo que el lado bueno ya llega.
Esperar cantando para no impacientarse, ni para desesperar.
Insistir.
Darse permitidos.
Darle permitidos que suenan a excepciones.
Vivir los días esperando haciendo de cuenta que no esperás.

Querer.
Querer sin siquiera esperar ser querida demasiado.


jueves, 10 de enero de 2013

Selva urbana

Lo que duele son las lastimaduras de mis pies, hechas de tanto andar descalza entre tanto basural y tanto salvajismo, sin poderme siquiera sentar un minuto para recobrar el aliento y darles una tregua.
Pero es que ¿cómo iba a parar de buscarle? seguía creyendo que estaba en algún lado.
Se fue sin despedirse, yo sin entender por qué.
Ahí quedé, creyendo que entre tanta selva urbana se había perdido; más que por creerle débil, fue por que que podría estar lastimado, inconsciente, en algún rincón. Insumida en una búsqueda desesperada no encontré más que mis propios pasos apresurados.
Aunque tal vez seguía esperando... esperando por algo.

¿pero qué sentido tendría esperarme a mí? lo había dicho: nadie espera por nadie, ya no hay tiempo ni lugar. Contaba con la ventaja de entender a medias y la percepción de que nada podría ser bueno.
Aún así era incapaz de tener una pista.
Una no controla los niveles de aprecio que se le da a la gente y la desesperación de creer que estaríamos separados necesitándonos me embriagó hasta perder el conocimiento, sólo sabía buscar su perfume. Es comparable el aprecio con el dolor, que en exceso solo te hace delirar.

Hice un círculo entre tantas hojas y apoyé mis manos sobre la poca tierra que encontré, esperando una respuesta de quién sabe más que yo. Pero en sus mensajes no había nada interesante.
Hablaba de mis lastimaduras, que sangraban y molestaban, y de mis pies enfermos que necesitaban parar de deambular sin un destino seguro.
Al entender qué me estaba comunicando, una vez que mi interior entendió y paró de empujarme para que me levantase sin importarle por esos los peligros que abundaban para alguien como yo, escuché el sonido de la naturaleza que claramente expresó: aquí no hay nada para ti.

Nada quedaba excepto yo.

miércoles, 9 de enero de 2013

signos habituales

He abierto tantos paréntesis en mi vida que la desesperación no radica en cómo cerrarlos sino de qué forma voy a salir de ellos para siempre.

Preguntándome si eso es lo que quiero, en la sinceridad me encontré con que tal vez no... pero si lo que necesito.
Llegaron las preguntas de principio de año, cosas encerradas entre signos habituales.
Siempre sanguchito* entre una cosa y la otra.
De a ratos parezco estar bien, pero es que de tan sólo pensar que hay que volver a pasar por las brasas quemando para al fin deshacerme del calvario que trajo tanta decepción me confunde y asusta.
Lógico: estoy botándolo todo a la basura pero... ¿será esto lo que al fin me conviene?
Por que nada más cierto que tengo alma de cobarde.
¿alguna vez se para de hablar sola en voz alta y se aprende a escuchar al viento?
¿y alguna vez se soluciona lo que atrás quedó sin vida y sin ayuda?
¿tendré yo...solución?


*sánguche es una palabra, más allá del chiste, aceptada por la RAE y quiero usarla al menos en un texto.

insomnio inducido

Tratando de descifrar que era lo que no me dejaba dormir, mejor dicho: encontrando la razón oculta de lo que llamo insomnio inducido -porque a pesar de no tener el impedimento de dormir al acostarme, no logro apartar el libro (o en su caso, los ojos de la pantalla), apagar la bendita luz que esta a una brazada de distancia y finalmente dormir- arribé a la conclusión de que hacía muchas noches que no soñaba, ni siquiera algo insignificante.

En otros tiempos no me hubiese alarmado porque no es algo raro en mí, pero la curiosidad se debía de que en este último tiempo (hasta diría que durante gran parte de Diciembre) no paraba de acecharme un sueño tonto, pero torturador, que me ponía los nervios de punta y hacía de mis despertares una dolorosa vuelta al mundo.
Se trataba de dos personas, de vez en cuando lejos y otras veces cerca mío y hablando con otras personas, tomadas de las manos; risueños, contentos y naturalmente juntos, tomados por las manos como si no se pudiesen (o quisiesen) despegar. En estas recurrentes imaginaciones nocturnas no lograba quitar mis ojos de sus manos, como si algo me horrorizase y atrajese a la vez, sin poder escuchar ni una sola palabra de la conversación.
Todos estaban familiarizados con esa situación menos yo.
Era un horror.
¿Qué lo era? No lo se, tal vez ser la última en enterarse, tal vez todo.

Podría decirse que a raíz de eso desarrollé un especie de miedo inconsciente a la noche, donde primero miro una película que no haya visto, o leo un poco más de mi libro que me regalaron... pero siempre con algo en la mente me voy a dormir.
A la vez hace días que no lloro ni pienso en esas manos.
No se si estar contenta, o si temer a que esta extraña paz que vela por mí en las noches ya adelantadas de vaya otra vez de mi lado.
Pero así, sola, así con ella... estoy tranquila.

sábado, 5 de enero de 2013

Pandora

Me imaginaba, por un minuto, siendo tu única Pandora.
Porque claro... los inocentes abundan, nadie quiere hacerse cargo de su propia curiosidad; como quien tira la piedra, esconden la mano.

A mi lo único que me interesa es ser la culpable de todos tus males irremediables, de todos tus errores fatales, de todos tus desvelos nocturnos y de todas tus molestias ocasionales.
Quiero que te desquites de todo conmigo, y que al fin lo desates con violencia en lo profundo de mi cuerpo, desahogándote, y al fin encontrándote con tu alma perdida en el infinito.
Dejame ser tu dulce, dulce Pandora.

Hay mujeres que, ¿sabes? Lo dan todo, hasta lo que no creen tener. Mi interés es atraparte vulnerable y robarte hasta el más mínimo grito que exprese libertad, sin siquiera ofrecerte nada mas que mi cuerpo imperfecto a cambio. Me interesa que me recuerdes en la lujuria mientras yo me quedo con el trofeo de los momentos de autenticidad que no tuvo nadie.