-¡Esperá, esperá, no cuentes tan rápido, porque me pierdo!
-Ni yo se lo que cuento, Rosario...
Porque la verdad es que me pierdo.
Empiezo por golpes en los pies, de esos golpecitos que no son para tirar, ni siquiera derrapar, son como piedritas de ruido contra el guardabarro, son para joder nomás. Y después hay besos, y hay palmaditas en la espalda, hay cariño, hay afecto, el resto es pura desesperación mezclada con otras yerbas, cosas que conozco como la palma de la mano, cosas que se necesitan. Es eso: como si necesitara ayuda...
Lo que pasa en el final, es que cuando quería tenderle la mano, ya era tarde, o muy temprano. La ayuda todavía no la necesitaba, pero bien que le iba a pasar lo de siempre a la Negrita, y no iba a saber a dónde correr, la pobre.
¿Y pero como le cuento a Rosario todo eso? ¿Yo, que no soy vidente ni creo que se anticipen los hechos, yo adelantándome a los caprichos? ¿Yo sintiendo todo eso que es de otro? Perdón, pero dejate de joder, me dice, dejate de embromar, vos no te conocés ni a vos misma, yo te vi mirando, yo te vi no te hagas la viva, si sos un desparpajo, nena, no te vengas a hacer...
Ya se, Rosi, ya se. Ya se que no lo se, lo imagino, pero no lo se.