jueves, 10 de enero de 2013

Selva urbana

Lo que duele son las lastimaduras de mis pies, hechas de tanto andar descalza entre tanto basural y tanto salvajismo, sin poderme siquiera sentar un minuto para recobrar el aliento y darles una tregua.
Pero es que ¿cómo iba a parar de buscarle? seguía creyendo que estaba en algún lado.
Se fue sin despedirse, yo sin entender por qué.
Ahí quedé, creyendo que entre tanta selva urbana se había perdido; más que por creerle débil, fue por que que podría estar lastimado, inconsciente, en algún rincón. Insumida en una búsqueda desesperada no encontré más que mis propios pasos apresurados.
Aunque tal vez seguía esperando... esperando por algo.

¿pero qué sentido tendría esperarme a mí? lo había dicho: nadie espera por nadie, ya no hay tiempo ni lugar. Contaba con la ventaja de entender a medias y la percepción de que nada podría ser bueno.
Aún así era incapaz de tener una pista.
Una no controla los niveles de aprecio que se le da a la gente y la desesperación de creer que estaríamos separados necesitándonos me embriagó hasta perder el conocimiento, sólo sabía buscar su perfume. Es comparable el aprecio con el dolor, que en exceso solo te hace delirar.

Hice un círculo entre tantas hojas y apoyé mis manos sobre la poca tierra que encontré, esperando una respuesta de quién sabe más que yo. Pero en sus mensajes no había nada interesante.
Hablaba de mis lastimaduras, que sangraban y molestaban, y de mis pies enfermos que necesitaban parar de deambular sin un destino seguro.
Al entender qué me estaba comunicando, una vez que mi interior entendió y paró de empujarme para que me levantase sin importarle por esos los peligros que abundaban para alguien como yo, escuché el sonido de la naturaleza que claramente expresó: aquí no hay nada para ti.

Nada quedaba excepto yo.

1 comentario:

Miguel Ángel Quinteros dijo...

me hace extrañar y me desespera pensar que no hay nada para mí en el lugar donde estoy

muy bueno !!!