miércoles, 25 de julio de 2012

creer o reventar

En fin, decía...
Tuve una tarde rarísima, y larguísima por cierto, la cual necesito contarla en algún lado.


Quiero aclarar de antemano que no pretendo ofender a nadie, sino que a mi perspectiva la fe es una cuestión de seguridad: uno no puede cree en lo que no le convence y es un hecho. En mí con los años la creencia hizo un sonido que no sonaba para nada a melodía agradable (y bastante temprano para el gusto de mis maestras) y decidí ser parte de la sociedad que anda sin pedirle cosas a nadie que no puedo ver y tocar.
Si me equivoco o no, será problema mío. Vuelvo a insistir: quienes creen en algo fuerte, deberían seguir haciéndolo si les hace bien y lo creen correcto. Dicho esto, voy a lo que iba:

Después de una mañana hermosa con uno de mis grandes amigos, decidí ir a ver el Palacio de Aguas Corrientes que lo abrieron por dos semanas al público. No voy a adentrarme en la visita porque tengo que ponerme a explicar la cantidad de desilusiones que me llevé, pero basta con decir que me sentí en una visita a un puesto de 'tecnópolis' más que a un edificio con tanta historia que ni se molestaron en nombrar (por ejemplo ví en el museo improvisado que sus planos definitivos estaban escritos en francés y leí que sus partes exteriores fueron encargadas a Londres.. de cerca estas cerámicas y adornos que se ensamblan entre sí tienen unas tramas preciosas)

En fin, insatisfecha por el chasco que me llevé, salí a caminar por Callao para despejarme un poco y me encontré con una iglesia que siempre me llamó la atención. Está separada de la calle por unas altas rejas negras, un espacio lleno de escaleras, y finalmente cuatro altas puertas que madera oscura que forman un cuadrilátero complicado; lo dude un instante, no le veía el fin, pero decidí entrar porque no recordaba la última vez que había visitado alguna.

Regresar a un lugar así significó recordar todas las veces en mi vida que me sentí insignificante al entrar a un 'templo' cristiano (incluyendo la pequeña capilla de mi colegio donde se marchaba despacio y no se hablaba fuerte) sumado al terror mezclado con un falso respeto que me instauraron desde pequeña en ese lugar donde tenía clases de catecismo todas las semanas y usaba un uniforme en la gama del verde petróleo mezclado con partes de un gris apagado. Nunca entendí realmente porque había que creer en algo porque sí (y ellos lo llamaron 'dogma'), ni porque tenía que contarle mis cosas a un señor que usaba una túnica y hablaba despacito, aunque de a poco la iglesia católica constituyó una parte de la vida que estaba ahí, a menudo la ignoraba pero... ya existía.
Este es un buen momento para contar que de chica (aunque bastante crecidita) tenía medio de las vírgenes -de esas que tienen velos enormes y halos misteriosos- que se les aparecían a las jovencitas distraídas confiriéndoles visiones horrorosas y que podrían hacerme lo mismo en la oscuridad o mientras dormía. No fue un invento mío, fue la culpa de una preceptora que nos contó en una hora libre en sexto grado la experiencia de una joven el un pueblo de Europa que no recuerdo bien, aunque sí me quedó bien grabado que veía a un ser luminoso que le transfería mensajes de devoción para el mundo.
Yo, claramente, lo tomé por el lado del miedo a tal punto de que no me gustaba estar en lugares oscuros y sola mucho tiempo, aunque si lo pienso demasiado algo de esa sensación todavía perdura en mi.

A pesar de haberme ido un poco por las ramas, quiero contarles en confidencia que antes de retirarme de la gran iglesia me largué a llorar desconsoladamente, y me sirve lo que ya dije para transmitir mi desconcierto total ante este hecho.
Si bien estos días no están siendo de los mejores, y ya venía media tristona por el camino porque quería hablar con mi hermana y ella no estaba en su casa, esta vez lloré con lagrimas de desconsuelo y sin vergüenza.
Tal vez fue que vi unas señoras que parecían bastante apenadas rezando en voz alta con rosarios en las manos, la luz amarillenta que embadurnaba el ambiente con un tono desolador o la imagen de una muchacha de edad indefinida con un manto enorme bordado rodeada de pequeños niños en los pies; me refiero a que -más allá de que me deprimí con toda esa escena- las iglesias es uno de esos lugares donde a pesar de sentirte completamente amenazado, podés ir a llorar sin que nadie te mire recriminándote, es un lugar para esconderse aun siendo vista.

O tal vez, y es lo que creo, fue el hecho de que me hubiese gustado sentarme y pedirle a quien todos les estaban 'hablando' que me ayude en esto, que me de más confianza y que me proteja del dolor... poder pedir ayuda e irme tranquila y en paz, pero no puedo.
No puedo porque no creo.

Mi profesora de filosofía tenía total razón: no hay peor desconsuelo que no tener en qué creer, y encontrarse que al fin y al cabo estamos solos en este mundo, que no tenemos quién nos vigile, ampare y proteja.

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